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sábado, 21 de marzo de 2015

Relato corto: Javier Mendicel Fuentes. Episodio: Dasiro Hinaro


Como cada fin de mes disfruto del regalo espléndido de mi tío abuelo Eusebio, ayer volví a recibir, como cada vez, la confirmación de la cita mensual y hoy estoy aquí. Después de pasar el control del portero uniformado de la entrada del edificio y subir en el ascensor hasta la planta sexta, me adentro en las exclusivas dependencias de la doctora japonesa Dasiro Hinaro, que ocupa toda la planta. Una vez más siento la agradable sensación de quietud al traspasar la fina cortina de seda, una preciosa y suave melodía me acompaña durante el breve recorrido desde el umbral hasta la bella figura en mármol de una joven desnuda en actitud mística. El lugar me absorbe como en un encantamiento, la luz va perdiendo intensidad y una voz en off, educada y próxima, me da la bienvenida e invita a seguir a la derecha, ya en el aposento de vestuario un coqueto banco de madera y marfil y una taquilla de madera de brezo me espera abierta con mi nombre, tiene diferentes compartimentos para los objetos más diversos y algunas perchas,  una fragancia sutil de Cartier hace más acogedor el lugar, la voz me indica que debo dejar allí todas mis pertenencias, la simplicidad de mi atuendo me hace perder escasos minutos en ello. Una vez desnudo me adentro en una cómoda y confortable estancia contigua. Está formada por tres sucesivas cabinas de mármol blanco con vetas color cereza, en la que quedo atrapado por una fina e intensa lluvia en todas direcciones que durante minutos me recompone el ánimo. En la siguiente ya me espera la joven y enigmática doctora, su sonrisa es cálida, me recibe con sus manos apoyadas en el pecho inclinándose cuando aparezco dándome la bienvenida. Me invita a tenderme sobre una camilla baja cubierta con una toalla enorme con la que me envuelve tan pronto me acomodo en ella, la sensación es de pleno acogimiento. Con movimientos leves va descubriéndome y secando con pequeñas toallas, una vez que finaliza el secado con meticulosidad y eficacia, extiende sobre mi piel una crema con esencias que me envuelve en un olor oriental y soñador. Cuando termina me sugiere que  pase a otra estancia de menor dimensión y forma ovalada, el ambiente de ésta es más sofisticado, la música ambiental adquiere un poder de sugestión especial, la acústica es perfecta, aprecio con delicada precisión cada acorde y me voy sumergiendo en la complacencia a la vez que me acomodo en la camilla con huecos anatómicos y toalla acolchada. Me acoplo con una manifiesta sensación de abandono, la joven doctora se ha despojado de la única prenda que le cubría, enseguida siento sus manos firmes, es su único contacto físico, sus dedos presionan con precisión cada una de mis vértebras, sujetan, comprimen, extienden cada articulación, sus movimientos son delicados pero firmes y sin concesiones, no permiten resistencia alguna a mis fibras musculares, tendones y ligamentos rebeldes que ceden ante su depurada técnica y habilidad, la distensión me lleva a una plácida relajación. Tan pronto ha dejado en calma todas mis tensiones un cambio sustancial se produce en sus movimientos, éstos pierden firmeza y ganan en suavidad, es un masaje táctil que acaba con la escasa resistencia al abandono, éste llega instantes después de la forma más absoluta. Después de un tiempo sin medida, un cambio de sinfonía me devuelve del aislamiento de forma progresiva, pero pierdo el estado semionírico anterior en cuanto la doctora inicia un leve, amplio y prolongado palmeo que reestructura cada una de mis fibras incluidas las más sensibles. Cuando vuelvo a la realidad mundana exterior noto como si flotase porque ninguna carga ha quedado sin liberar incluso la libido ha perdido su esencia y rebeldía... 

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