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sábado, 3 de septiembre de 2016

Relato de: Javier Mendicel Fuentes. Número: 029. Episodio: Conversaciones con papá. Género: Novela

Encontrarme de nuevo con papá ha tenido un carácter formal para mí, su actitud es más próxima y atenta. Está receptivo y afectuoso, me observa con atención, me conoce bien, es de una gran perspicacia, percibe en mí las contradicciones que me saetean. Me busca, me habla de él, me mete en su mundo de exigencias profesionales, ahonda y llega a su pasado. Sentados en el porche me habla de su padre, en él se pierde, se desdobla, lo mistifica, tiene una delicadeza extrema en su recuerdo. Sentía admiración por él, de niño le imitaba, sabía del orgullo que le despertaban sus éxitos. También me transmite como se esforzaba por ser el mejor, las notas de fin de curso eran el refrendo de una lucha diaria de superación. Entiendo cuando me refiere que de niño se sintió exigido, no cabía en él la mediocridad, su padre valoraba cada expresión suya, tenía un control absoluto de su vida, pero también le prestaba una atención y una consideración tan especial que le hacía sentirse único, no sentía el peso de sus exigencias sino el apoyo que le transmitía y que le daba inercia. Asumió igualmente con absoluta normalidad que debía seguir sus pasos, estaba escrito en su destino, cada año de carrera les acercaba más, trabajaban juntos tanto los temas académicos de uno, como los profesionales del otro, tenían una simbiosis envidiable, se hacían observaciones, se rectificaban, se sentían orgullosos del otro, heredó de él su forma de vida, el valor de las cosas, la importancia de ser el mejor. Le transmitió un fundamento basado en el esfuerzo y la capacitación, con los que conseguir capacidad económica, poder e importancia social.
En una conversación posterior vuelve a hablarme del pasado, en esta ocasión busca su lugar preferido, la biblioteca, me lleva del brazo hasta allí, me transmite confianza y paz, esta vez me habla con más solemnidad, me puntualiza que sólo en dos ocasiones tuvo enfrentamientos con su padre, en una la causa fue la modernización del bufete y en otra el que yo no quisiera seguir la tradición familiar y en vez de estudiar derecho (ser de letras como ellos) eligiera ciencias económicas. Ambas situaciones las consideraba el abuelo como rupturas, en la primera, sentía como si se mancillaran valores históricos, era cambiar unos métodos de trabajo que se habían considerado eficaces hasta entonces. Detrás de todo ello existía una lucha de poder, al padre le costaba asumir que sus facultades menguaban a la par que las de su hijo se potenciaban. Era un proceso generacional lógico, los cambios se hacían necesarios e imprescindibles pero se  llevaron a cabo de forma paulatina, justificándose con creces cada uno de ellos, sus conversaciones eran largas y a veces complicadas. La edad les iba distanciando a pesar del esfuerzo de ambos por entenderse como siempre.
Le llaman por teléfono, durante unos minutos se mantiene en la expectativa de poder seguir su diálogo pero la conversación se alarga y toma giros imprevistos, entonces me pide de aplazarlo para más tarde y se marcha al jardín para hablar con mayor comodidad.
Volvemos a nuestra conversación de antes después de cenar, nos quedamos solos, mamá sabe perfectamente cuando se le necesita en cualquier otro lugar, el gesto de papá es de cansancio pero mantiene intacta su sonrisa bonachona. Me habla de su hermano Jacinto, me dice que siempre fue una persona encantadora y buena, pero falto de todo interés por el estudio o por cualquier actividad que conllevara exigencias, me puntualiza que a su padre le pesaba esta situación y que al principio se tomaba mucho interés en ayudarle, hablaba con los tutores, le ponía profesores particulares, le estimulaba para hacerle cambiar, pero al final se resignó a la evidencia, lo que le llevó aún más a centrar su atención en él, quedando relegado Jacinto a una posición de mera comparsa.
Retoma el tema de mis estudios, durante unos minutos se queda reflexionando sobre ello, incluso inspira profundamente, le traen recuerdos importantes, tiene la necesidad de explicarme que de niño, a pesar de sentirse bien, fue consciente de que había estado muy exigido, quizás demasiado, en determinados aspectos lo consideraba ideal porque le proporcionó una buena formación, incluso le hizo fuerte, pero no disfrutó de libertad, ni tuvo la infancia desenfadada y alegre de cualquier otro niño. Cuando veía juntos a su padre y al tío Eusebio siempre entraba en conflicto, le resultaba difícil establecer en donde estaba la medida del bienestar, para su padre la vida resultaba exigente y comprometida, pero a él no parecía afectarle en su bienestar o incluso diría que le era fundamental para ello, sin embargo, para su tío Eusebio, alejado de cualquier exigencia u obligación, su discurrir diario era un disfrute natural de la vida, pero no obstante no siempre se le veía feliz, aunque me añade, que siempre envidió su carácter y buenos modos. 
A solas sigo analizando cada una de las circunstancias que rodearon a papá en su relación con el abuelo, cada vez soy más consciente del estrecho lazo que existió entre ellos, de la gran influencio que ejerció el uno sobre el otro, de cómo papá supeditó su vida a los deseos del padre, pero a la vez entiendo que llegó a ello por una afinidad que les hacía inseparables, creo que volvió a suceder lo que ya ocurriera entre el abuelo y su propio padre, tres personas muy inteligentes y con unas características asombrosamente parecidas, fueron eslabones simétricos de una saga perfectamente armónica. Soy consciente además, de cuán difícil debería resultarles el compartir esa vida perfectamente diseñada y que les complacía, con el resto de la familia que en nada comulgaba con su ideario y forma de vida. 
Admiro ahora a papá mucho más, también mi agradecimiento es mayor porque considero sus enormes méritos en la búsqueda de mi felicidad, tomó una decisión difícil, que le llevó a enfrentarse con su propio padre (la persona que él más admiraba y respetaba), aceptó el reto de ayudarme durante todo el proceso de estudio, guiándome de la forma que entendió mejor y más conveniente, y en la que se mantiene aún ahora con una perseverancia realmente encomiable.
Nunca debí dudar de papá, ha sido fiel a un credo que se inició con el bisabuelo y que perdurará mientras él viva, es el guardián indiscutible de unos valores, de una forma de ser y de un respeto a lo que ellos han considerado imprescindible en sus vidas.
Cuanto haga papá debo aceptarlo por todo el respeto que me merece, no puedo decepcionarle en esto. Si me ha encomendado el trabajo de la casa familiar es para salvaguardar todo cuanto en ella responde a ese código familiar.  


  

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