He compartido desayuno con papá, han sido unos minutos muy agradables, cuando está de buen humor resulta especialmente simpático, le siento a gusto, hogareño, y prefiero escucharle. Hace giros realmente buenos, me cuenta anécdotas del trabajo en las que yo destacaría su suspicacia y sensatez, también la habilidad con la que acentúa la torpeza con la que algunos se comportan. Tiene un ritmo peculiar al comer, se toma pausas que aprovecha para introducir algunos de sus comentarios, a veces pienso que intenta que éstas pasen desapercibidas, creo que debe ser un hábito de la niñez. Coincidir con papá en el desayuno no es fácil pero que coincidamos además con mamá es aún más difícil, se permiten un horario muy abierto, en la comida y en la cena es otra cosa (a las dos de la tarde y a las nueve de la noche) lo hacemos los tres juntos, entonces quien no está sabe que lo hará sólo y sin servicio. Al mediodía nos atiende Ana. A veces, cuando nos demoramos mucho porque nos distraemos conversando, nos termina de servir Teresa (que se ocupa de la casa), quien también lo hace en la cena. Podría decir que son los único espacios en los que estamos los tres juntos.
La actitud entre mis padres es realmente deliciosa, nunca los he visto con un enfado manifiesto, cuando existe entre ellos cierta tirantez a lo sumo se acentúan los gestos de cortesía, cuando éstos son más distendidos y menos artificiosos es que la relación es más próxima y afectiva. Ambos son inteligentes y de carácter fuerte, el respeto entre ellos se hace imprescindible, como además se quieren les resulta fácil asumir esta forma de relacionarse, yo tuve que integrarme y lo hago lo mejor que sé.
Al mediodía volvimos a sentirnos en sintonía, sospecho que papá siente necesidad filial, es algo que le ocurre muy de vez en cuando, presumo que reflexiona sobre nuestra relación y piensa que no me atiende lo suficiente. Ha alargado por mi la sobremesa y ha entrado en detalles familiares en él muy poco frecuentes, incluso antes de irse a echarse la siesta ha dejado en el aire su deseo de proseguir la conversación, se lo he puesto en bandeja, le he invitado a venir a pasear conmigo por el centro y ha cogido el testigo, diciendo escuetamente, - De acuerdo, nos vemos luego.
Ir con papá por calle Larios es disfrutar de un momento mágico, tiene el andar elegante y seguro de los hombres de bien, sus ademanes son discretos y sencillos, centra en él las miradas sin pretenderlo, conversa prestándome toda su atención. Vuelve a hablarme de su madre, es una asignatura en blanco para mí, desconocía que la abuela Asunción representara tanto en la vida familiar, siempre la vi como una mujer invisible, creí que la ocultaba la personalidad brillante del abuelo, pero no era así. Me explica papá que su madre era una mujer muy culta, con aspiraciones literarias y filosóficas, escribía poesía desde muy niña, de joven fue traductora de una editorial en Barcelona y crítica literaria de un diario nacional, se movía con soltura entre la élite académica y gozaba de prestigio en muy alto nivel, para ella su esposo era un picapleitos con fortuna. A pesar de la admiración que sentía por su madre, el respeto y la veneración hacia su padre le lleva a entrar en confidencias conmigo, se lamenta del sufrimiento de su padre, de como tuvo que esforzarse para demostrar su valía, me dice que era un hombre muy inteligente pero sobretodo, una persona íntegra y honesta. Lo siento emocionado, le pido buscar un lugar tranquilo donde conversar y accede de inmediato.
Conozco muchos sitios pero elijo uno especial “Sanadriom”, es un bar selecto, con profundidad, en el que los pequeños ángulos arquitectónicos y los movimientos de luces permiten una cierta intimidad, además lo eligen personas, que como nosotros, desean mantener un diálogo tranquilo y sosegado. Tan pronto me ve aparecer Brigitte, que además de propietaria, relaciones públicas y barman es una excelente persona, sale a recibirme amorosa y cálida, le presento a papá y queda cautivada por él, nos acomoda en el lugar más adecuado y nos deja en la más absoluta tranquilidad. Papá tiene muchas cosas que desea contarme, le cuesta, sin embargo, descubrirme aquellas que le llevan a conflictos internos. Tomamos con calma sendos té con limón. Me mira y me sonríe, tiene una alegría en la cara inocente y directa, - Cuanto te quiero papá, me digo para mis adentros.
La admiración de papá por el abuelo le lleva a entrar en detalles de la vida profesional de éste, que sólo entiendo a medias, me habla de una resolución del Supremo que ganó el abuelo forzando al Gobierno a cambiar artículos fundamentales de una norma legal, la paralización también de todo un proceso legislativo, sentencias tras sentencias fue adquiriendo fama y prestigio, pero a la vez que adquiría confianza en una clientela, cada vez más numerosa y selecta, la perdía en casa a ojos de su esposa, que mantenía el criterio de que no era un hombre ilustrado sino un servidor privado de asuntos público que se enriquecía con los problemas de los demás. Luego añade, con un tono de tristeza, - Fue por ella un hombre infeliz a pesar de gozar de una privilegiada posición profesional y social.
Estas confidencias le llevan a la tristeza, calla durante unos minutos y cuando prosigue su tono es reflexivo, - Incluso a mí me influyó la abuela, por qué si no esta marcada separación entre trabajo y vida privada.
Vuelve al silencio pero sé que con él termina el momento mágico de confidencias, luego le es muy fácil abrirse a otras cuestiones más banales que nos llevan a una vuelta a casa menos formal y reflexiva. Al llegar mamá nos mira curiosa y en su sonrisa veo complicidad y satisfacción.
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