sábado, 23 de enero de 2016

Relato de: Javier Mendicel Fuentes, Número: 023 y 024, Episodio: Casa abuelos.





Me sorprende al llegar a casa de los abuelos el encontrar cerrada la verja de la entrada, mientras ellos vivieron siempre estuvo abierta de par en par, recuerdo que al abuelo le molestaba sobremanera que su nuera María, la esposa del tío Jacinto, no aminorara la marcha al entrar y en la rotonda delante de la casa derrapara al tomar la curva con su pequeño Mini Cooper rojo.
Como sé que me esperan, despido el taxi que me ha traído desde la estación Atocha y busco y encuentro un elemental timbre instalado en el muro derecho de la entrada y les advierto de mi llegada. Al poco veo aparecer a un joven desgarbado y cara de bonachón que presumo es el hijo de Antonio (último mayordomo de la casa que se quedó por deseo expreso
 de la abuela y que ahora se encarga de su mantenimiento y buen estado).
Mi prima Beatriz se me ha adelantado y ya ocupa la habitación de su padre, está situada en el ala derecha de la casa, con vistas a la sierra, a la piscina y a la antigua cuadra de caballos (que conserva su antigua distribución a pesar de que los dos caballos desaparecieron antes de que yo naciera). Juan Antonio me va informando de todo esto cuando veo aparecer a mi prima que viene del fondo del jardín, viste unas prendas cómodas y tiene el pelo suelto y alborotado, esta feliz, tiene la cara resplandeciente, me abraza emocionada, - Estoy encantada de haber venido, me dice de primera, luego se mira y añade - Espero que sólo tu me veas de esta guisa.
Con la ayuda del muchacho subimos todos mis bártulos a una habitación próxima a la de Beatriz, quiero tener sus mismas vistas, estar cerca de ella y alejarme de los recuerdos que me traería la antigua habitación de papá, curiosamente situada en el otro extremo de la casa. Al abuelo le gustaba tener a sus hijos, una vez ambos casados, con la debida autonomía, espacios privados y distancia.
El estado de la casa es excelente, presumo que la han oreado bien porque no tiene muy acentuado el olor a cerrado y a viejo. Tan pronto me cambio para ponerme cómodo la busco de nuevo y me hago acompañar por ella para saludar a Antonio, a quien no veo desde hace más de quince años. Viven donde entonces, en la parte baja, en la zona anexa a la cocina. Me recibe con unas muestras de cariño que me emocionan, siento su abrazo cálido y afectuoso, me da dos besos sonoros, igual que hacia cuando era niño, luego me lleva del brazo hasta la cocina donde Sonsoles ya empieza a llorar de emoción tan pronto nos oye entrar, me besa y me hace arrumacos, me llena de piropos, no deja de llorar, mi prima Beatriz está también emocionada, se me acerca y abraza cogiéndome por la cintura. Estoy próximo al estado de levitación. 
Al anochecer cenamos todos en la cocina, formamos un grupo tan bien avenido que es una fiesta, me permito beber un poquito de vino para acompañarles, soy el único abstemio. Beatriz una vez coge su puntito se vuelve mágica, cuenta anécdotas vividas en común, a la que damos respuesta de una u otra forma, canta haciendo alardes de soprano, habla de sus enamorados locos, nos cuenta algunos secretillos que hacen sonrojar a Juan Antonio. Después salimos solos a pasear por el jardín, comentamos lo bien conservado que está todo, al parecer ya empezamos a meternos en nuestro papel de empresarios inmobiliarios. Nos contamos historias vividas y soñadas aquí durante nuestra niñez, los temores de entonces, hablamos de los abuelitos cargados de cariño y de nostalgia. Para los dos, la abuela Asunción era la más distante, tenía palabras siempre cariñosas pero a nosotros nos faltaba con ella el abrazo sentido e incluso el cachete de la otra abuela, Griselda.   
Nos acostamos de madrugada, Beatriz aún tiene ganas de venir a mi habitación y se hecha a mi lado en la cama, no paramos de hablar, se nos ocurren las cosas más variopintas, parecemos dos adolescentes terminados los estudios y comenzando las vacaciones.
Cuando se marcha a su habitación ni la oigo irse me he quedado profundamente dormido.
                
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Me despierto a pesar de que aún no clarea el día, me siento extraño en esta habitación con techos tan altos, pero tengo una sensación especial en la cabeza, como cosquilleos en la imaginación, tengo puestas tantas ilusiones en este nuevo proyecto…
Los acontecimientos del sábado pasado me vienen como grabados en vídeos y sólo tengo que pulsar el play.
“Espero la llegada de papá, me hace tanta ilusión hablarle de mi posible colaboración en la venta de la casa del abuelo, lo he comentado con mamá, me complace no sólo por la satisfacción que le proporcionará el que me implique en algo serio, sino también porque me interesa su valoración, saber qué opina de la decisión del tío Jacinto. Sus razonamientos y análisis son siempre tan precisos que me transmiten confianza, mamá me confiesa que a ella le pasa igual, durante un buen rato hablamos de él, nos inspira mucho respeto, ambos sabemos que nos supeditaremos a su decisión.
Tan pronto le oigo llegar a casa entro en expectación, tengo que controlar mis impulsos, se de sus tiempos, de sus espacios privados. Mamá ha sabido poner el acento en estas cosas, ha marcado unas pautas de conducta atendiendo a sus exigencias personales. Es algo que he incorporado también en mi relación con los demás, quizás deba añadir que ellos son igualmente respetuosos con mis espacios. Papá incluso me pide autorización para compartir la piscina cuando estoy en ella, hace quizás un alarde de urbanidad entendiendo que me es más propio y habitual este espacio. A mamá, por el contrario, le encanta entrometerse directamente en los sitios compartidos, cosa que le agradezco porque me lleva a una mayor proximidad. Ella sólo se contiene en mis espacios más privados, creo que a veces haciendo un gran esfuerzo.
Al fin lo consigo, me espera en la biblioteca, está en el sillón donde le gusta leer, tiene un libro entre las manos que deja tan pronto me ve aparecer, me recibe con su gesto complaciente y amable, le beso con afecto, él me presiona el brazo en respuesta, nos miramos unos segundos sin decir palabra. Tengo la intención de explicarle todo con detalle, pero se me adelanta, en realidad no le habría dicho nada nuevo, lo sabe todo (incluso lo que piensa mamá al respecto). 
Me comenta que su hermano Jacinto se siente especialmente sensible con la venta de la casa de los abuelos, para el tío es un problema íntimo, personal, le desborda la situación porque se siente muy implicado en todo cuanto concierne a la casa familiar. Le habría gustado incluso que parte de ella le hubiera correspondido a papá, para no tener a sus espaldas toda la responsabilidad. incluso le dijo no entender por qué el abuelo fue tan drástico en la herencia. Papá es tremendamente práctico y tan pronto el hermano le plantea sus conflictos y dudas, le clarifica la situación, hay que asumir la realidad, la venta de la casa en el tiempo sería inapelable, cuanto antes lo asuma con más tiempo contará para organizar su venta. Le aconseja que realice un trabajo previo para seleccionar y apartar todo cuanto concierne a la intimidad familiar, así como para establecer, diferentes ventas, por un lado el inmueble y por otro, el contenido de la casa del que quiera desprenderse. Le transmite también la preocupación de que gente extraña se ocupe de asuntos tan íntimos familiares y le sugiere que me encargue yo de todo, - Ponlo a prueba si quieres..., me dice que le dijo.
Saber que ha sido papá quién ha pensado en mí para esto me enorgullece, me consta que no lo hubiera hecho de no tenerme plena confianza, aunque soy consciente también de que así él estará al corriente de todo cuanto ocurra. El tío Jacinto no lo había dudado, me dice, tan sólo añadió que su hija debería igualmente intervenir, de tal forma, que cada uno se ocupase de lo que mejor sabe hacer. Presumo que también el tío quiere tener su propia observadora, cuestión que a mí me parece plausible además de ingeniosa, porque podemos ser un equipo perfecto.”
Estoy recordando punto a punto la conversación de papá cuando suena el móvil, lo cojo sin mirar. La voz bonachona y querida del tío Jacinto contesta a mi... - Diga, - ¡Mocetón!, ¿como estás?, me suelta con su habitual buen humor, - No sabía que fueras tan madrugador tío Jacinto, le digo con ironía a modo de respuesta, - Y no lo soy, pero quería confirmar que tú sí, me responde a su vez de forma desenfadada. Después me habla de sus sensibilidades, me dice brevemente lo que ya papá me contó al respecto, pero oído en directo suena mucho más profundo, me enternece su enfoque, le duele perder todo aquello que representó tanto para sus padres. Antes de que hablara con papá, sentía, de alguna forma, que era como mancillar el bien de los suyos, ahora ya lo asume con otra perspectiva, me habla del abuelo con una devoción que vuelve a emocionarme. -¿Cómo dos hermanos pueden ser tan distintos?, me pregunto. Acabamos hablando de toda la familia, en especial de Beatriz, de la que se me escapan elogios sin darme cuenta, le oigo sonreír complacido, sabe de nuestro cariño mutuo y complicidad. Le cuento también la cálida y emotiva bienvenida de ayer, lo bien que se han portado con nosotros Antonio, Sonsoles y Juan Antonio, el asiente a cuanto le digo y al final añade, - Son gente de bien, nos quieren y les queremos.

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