viernes, 25 de diciembre de 2015

Relato de: Javier Mendicel Fuentes, Número: 10 y 21, Episodios: Lucas y Lucas1


No pondría excesivas pegas a ser anfibio, el agua es un medio que me puede, nadar por las mañanas representa algo más que un ejercicio deportivo, es huir de toda la solidez que me rodea, adentrarme en un mundo en el que floto y evado de toda realidad, sólo lo supera mi afición por la pesca. 
Pescar, es como un refugio donde establezco una línea divisoria con la cotidianidad, la atravieso y me fundo en ese otro mundo que pienso creado expresamente para mí, en él no hay nada que no tenga mi consentimiento, es un espacio cerrado al exterior y abierto a un universo que me pertenece, en el que me muevo con la más escrupulosa sencillez no permitiendo que nada sofisticado lo invada. 
Dejé de ser un pescador solitario y huidizo de cualquier compañía cuando conocí a Lucas, apareció sorpresivamente un día de primavera de hace ahora dos años, estábamos en las rocas del paseo marítimo, venía despeinado por el aire con un pantalón de peto alto, que sujetaba con hebillas dos tirantes de tela que se cruzaban en la espalda y quedaban fijos en la cinturilla, era una prenda beige, holgada, artesana, la amplia camisa a cuadros le sobresalía por la cintura. Se puso a mi lado sin decir palabra, nos acogimos en silencio, cada uno estaba en su mundo. El tiempo fue haciendo entre nosotros las presentaciones, sus anzuelos al igual que los míos eran artesanos, nos lo mirábamos con curiosidad, las cañas eran sencillas, el sedal prendido en su propia letanía, cada elemento formaba nuestro ajuar de pescadores y estábamos orgulloso de él. Es la única persona que no me invade, con la que puedo compartirlo todo sin que tengamos que darnos explicaciones, hemos aprendido incluso a hacer utensilios para el otro, como sabemos de nuestras debilidades la incluimos en una zona común de la que nos sentimos ambos copropietarios.
Hace varios meses que no coincido con él, como sabemos de nuestras mutuas preferencias de sitios los hemos ido compartiendo intercalandos de forma equilibrada, ahora lo busco inútilmente en cada uno de ellos, sin Lucas ya no lo paso también, me faltan sus silencios, sus gestos mesurados, su mirada clara, su pericia, me acompaña sólo su hombría de bien porque la tengo gravada en mis adentros. Siempre ando expectante por si aparece de pronto, a veces consigo aislarme, vuelvo como antes de conocer a Lucas, me meto sólo en mi burbuja.
Ahora ando armando cebos, limpiando anzuelos, con la mirada perdida en el infinito azul. Una mano se apoya en mi hombro, doy un respingo de sobresalto, me encuentro con la cara de una mujer de mediana edad, sin conocerla la reconozco por sus ojos, por su mirada clara, son las de mi amigo Lucas, no estoy preparado, me levanto y doy un paso hacia el mar, ella se queda quieta, respetuosa, durante unos minutos que me resultan eternos lucho contra la evidencia, me niego a aceptarla, cuando vuelvo la mirada ella llora y yo la acompaño con una tristeza que me mengua hasta hacerme invisible.

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Durante estos últimos meses me he sentido algo especial, he dejado aplazadas mis huidas a la playa en busca de soledad, no he vuelto a visitar el cuartito donde guardo las cañas y todos los sencillos aparejos de pesca, no tengo ánimo, no sabía que pudiera afectarme tanto la pérdida de Lucas. Hoy me he propuesto afrontar el hecho con determinación, soy tremendamente realista, no consiste en intentar no pensar en él sino asumir su ausencia, valorar el tiempo que disfruté de su compañía, pensar en sus graciosos giros de muñeca, en la pericia con que tiraba el cebo, la paciencia con la que soltaba y tiraba del sedal, esos modos suyos prácticos y sencillos, su generosidad, como impuso la partición de la pesca a sabiendas que me favorecía porque él era más diestro. Era un hombre de breves palabras pero de una expresividad elocuente y directa, nunca hablábamos de nuestras cosas, no estábamos allí para eso, comulgábamos en respeto a nuestros espacios de intimidad o abstracción. Me resulta difícil asimilar ahora como dos personas tan distintas en edad, educación y estatus social, podíamos tener tantas percepciones y afinidades en común, éramos un equipo a pesar de estar cada uno en su mundo. Yo sabía que, cuando se tocaba la coronilla con los dedos a continuación hacia una inspiración profunda y luego quedaba absorto, es que estaba preocupado seriamente por algo, entonces le alargaba una taza de café (que expresamente hacia para él y que llevaba en un pequeño termo) o algún botellín de agua, así le manifestaba mi apoyo, también muchos gestos suyos me ayudaban, nuestra percepción era de estrecha solidaridad, no es descriptible la calma que produce el amparo amigo, la compañía incondicional, juntos nos sentíamos seguros.
Un día no pude resistirme, le pedí que me dejara fotografiarme con él, su mohín fue alto elocuente, un, - No me gusta pero si tu lo deseas, aproveché, alargue el móvil cuanto pude y saque dos instantáneas, se las enseñe y le hizo gracia ver juntas nuestras caras tan distintas, a mi también me hizo gracia, pensé sin querer en Cervantes. No he vuelto a mirarlas, tampoco ahora tengo el ánimo.
He cogido la bicicleta de mamá y he recorrido el Paseo marítimo, durante todo el trayecto he ido recordando momentos compartidos, un día conseguí un enorme pez, me costó la misma vida atraparlo, sentí a mi lado su agitación, evidenciaba por momento su entusiasmo, estaba expectante, para mí consistía en contener y ceder el sedal a través del carrete con una mano, mientras con la otra sujetaba firmemente la caña, debía cansar al pez y evitar que se soltara, la vigorosidad del animal se hacia evidente en cada uno de sus movimientos, él pudo ayudarme pero no quiso restar mérito a mi pequeña hazaña, yo pude pedirle ayuda pero tenía que hacerlo sólo. Ya el pez en mi poder, deje que él lo liberará del agarre de la fuerte potera artesana y lo echara al cubo, fue una deferencia hacia el maestro que consideré justa.
Un día de pesca aciago para mí al despedirnos me cogió la mano con firmeza y me dijo - Lo has hecho muy bien... creo que han tenido miedo. 
Su sonrisa paternal y su mirada clara están ahora conmigo. Voy a volver a pescar para que comprenda que me he dado cuenta de que sigue acompañándome.

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