Relato corto: María de los Santos
Número: 01
Episodio: El Dr. Ridruejo
Desde su lugarcito al fondo de la cocina lo ve aparecer día si y día no, siempre con la misma pinta desaliñada. Pide sólo su café sentado en el taburete siempre a esta parte de la barra, el marco del hueco, entre barra y cocina, le tapa a la vista parte de su brazo, desde un principio le llamó la atención, lo ve de porte noble. Ramón, el dueño del bar, le llama profesor. Todos tienen hacia él un trato deferente y respetuoso, pero él anda en otras, lo ve todo desde la distancia de su abstracción, mira a las musarañas. Tiene una manifiesta fijación por su sitio, un día estaba éste ocupado y espero pacientemente a que quedara libre a pesar de estar sin uso los tres taburetes siguientes. María de todos los Santos siente una especial predilección por él. A ella, le gustaría añadirle cada vez, unos cruasanes a su desayuno, con sus dedos le alisaría el pelo, con mimo pondría en orden el cuello de su camisa, incluso en su fantasía le haría un mohín cariñoso en la comisura de los labios. Cuando le oyó decir que necesitaba una chica para casa, la frase más larga que le había oído pronunciar, le sonó a música celestial, cuando ya salía por la puerta contó, una, dos, tres, a la de cuatro ya estaba ella también en la calle, había soltado un breve, - Ahora vengo, que dejó atónita a Isabel, la mujer de Ramón y cocinera del Bar.
La muchacha le siguió un buen rato, terminaba el hombre de pagar la prensa al kiosquero cuando se le acercó decidida,
- Señor, hizo una pausa después de llamar su atención y prosiguió - Le oí decir que necesitaba una chica para casa, su voz era melosa y tenía su mejor gesto.
Francisco Ridruejo fijó en ella sus ojos grises y quedo sumido en reflexión,
- Lo dijo en el bar, señor, añadió ella justificando su osadía.
- Ah.., sí, si si, necesito una chica que me ordene la vivienda, asintió con un titubeo inicial que acabó en firmeza.
Dos días después, en el justo momento en el que el Profesor Ridruejo confirmaba en el empleo a María de todos los Santos, las campanas de la Iglesia de la Encarnación comenzaron a sonar con repiques de gloria, la muchacha elevó al cielo su mirada y dijo
- Gracias, Señor.
A lo que el señor Ridruejo respondió
- De nada.
Si sumáramos calamidades, a lo mejor se nos olvidaría algunas de las padecidas por María de los Santos, que a sus escasos treinta años ya habia sido engañada y requete engañada, pero no es momento de entrar en aflicciones. Las campanadas que ella oyó fueron la anunciación de una nueva vida.
A partir de ese momento, el día a día del señor Ridruejo lo marca María de los Santos con una dedicación digna del mejor señor. Le prepara su ropa encima de la silla, la sitúa justo delante de la habitación. Cada mañana le pone la ropa interior, la camisa reluciente, los pantalones con la raya marcada, la chaqueta, la corbata a juego y los zapatos con brillo. Luego, le espera en la cocina para el desayuno, él viene en pijama pero ya afeitado. Le sirve el café y pone a su alcance las tostadas con mantequilla o aceite de oliva. Más tarde, le pasa inspección, le observa con meticulosidad, a menudo busca la maquinilla de afeitar y le repasa algunos pelillos sueltos de la barba. Ya puesta, le arregla el cogote y las patillas, le curiosea las orejas, le limpia de pelos feos la nariz, él se deja hacer, cuando sale de casa da gusto verle.
Atrás quedó la vestimenta desigual, el desarreglo en cada prenda, su esposa era una negada para estos menesteres, descuidado él, más descuidada, si cabe, ella. La viudez le trajo a María de los Santos y un cambio radical en sus hábitos.
Quienes le conocen de la época de profesor en la Universidad no le reconocen de forma inmediata, tardan en asumir la transformación que se ha experimentado en él, corren varias leyendas de entonces, en una se recuerda la ocasión en la que, estando en clase, se subió las gafas de ver hacia arriba, para limpiarse los ojos, siguió hablando y cuando quiso escribir en la pizarra las echo a faltar y estuvo buscándola durante largos minutos, cansado preguntó,
- ¿Habéis visto mis gafas?, toda la clase entró en risas.
Otra, viene referida a la duración de sus clases, en una ocasión entró en unos planteamientos matemáticos y mientras desarrollaba fórmulas en la pizarra e iba explicando y haciendo observaciones de variantes, el tiempo transcurría y el seguía cada vez con más entusiasmo, algunos alumnos fueron abandonando la clase para poder asistir a las siguientes. Otros, sin embargo, siguieron sus explicaciones hasta el final. Aquella clase duró tres horas, en vez de una hora como estaba establecido, los alumnos le aplaudieron al final con entusiasmo, había superado la clase más larga del curso anterior, de dos horas, que como no podía ser de otra forma también fue suya.
El doctor Ridruejo ahora trabaja en un laboratorio farmacéutico. En la facultad era un investigador de prestigio, tenía allí fama de científico chiflado pero los mejores y más avanzados experimentos llevaban su firma, lo que le llevó a la empresa privada. Pero que no se piense que lo tentaron con pluses económicos, le ofrecieron tan sólo, que dispondría de todos los medios necesarios.
A nadie pasa desapercibido el cambio operado en la imagen del doctor Ridruejo, es por ello motivo a diario de comentarios y parabienes, lo que le lleva a una posición de manifiesto bienestar.
María de los Santos es completamente feliz cuidando a su empleador, que no es persona de hablar mucho, pero la trata con sumo respeto, le paga religiosamente y con más generosidad que cualquiera de sus anteriores empleadores. Pero lo que le da más satisfacción es estar con él, cuidarle, el ir cada mañana al mercado y comprarle el pescado más fresco, la carne más blanda, la fruta más en sazón, la verdura de temporada, prepararle unos guisos caseros sanos y apetitosos, verle en suma, degustar con deleite sus platos.
Desde el balcón, cada mañana le ve marchar con su ropa limpia, con todo en condiciones, eso es lo que representa su mayor felicidad.
María de los Santos está al tanto de todo cuanto rodea al doctor Ridruejo, incluso deja las puertas de sus habitaciones abiertas para oírle, para saber que respira bien, que tiene el sonido acompasado, es capaz de desvelarse si se muestra nervioso o hace ruidos inesperados, incluso a veces se levanta para ver si está bien tapado, le cuida como una mamá.
El doctor Ridruejo tiene sólo cincuenta y cinco años, ahora está bien cuidado, bien alimentado, se diría que incluso mimado en exceso, ya va para cinco años que tiene los cuidados expresos de María de los Santos, no debe extrañar por tanto que cuando ésta en una noche fría de invierno introdujo su cuerpo menudo pero consistente en sus mismas sábanas y le acunó, perdiera toda sensación de soledad y dejara en libertad al hombre que tenía encerrado.
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