Su andar es relajado, tiene el aspecto despreocupado, manifiesta una actitud reflexiva que le lleva a la abstracción, alejado del concepto tiempo e incluso espacio la mirada se le pierde en el entorno abierto. Los espacios habitados están ya lejanos, nada le hace perder el sentido de libertad que lo invade todo y que favorece incluso el que tararee una vieja cancioncilla. Su indumentaria es sencilla, zapatillas deportivas, pantalón vaquero, le delata quizás la camisa, el pullover y el reloj que luce en la muñeca que le posicionan en una situación económica acomodada. Andará por los sesenta largos pero su apariencia es buena, su complexión es de deportista, su pelo corto canoso clarea en la parte alta de la cabeza dándole apariencia de viejo senador romano, está en armonía, el buen tiempo favorece su caminar tranquilo y nada rompe su quietud. Camina por un viejo trazado de carretera donde la maleza va cerrando el espacio de la antigua calzada, a los lados el monte está cubierto de matorrales de tonos parduscos.
Un joven aparece de forma súbita delante suya, su actitud denota el estar apercibido de su presencia, tiene la mirada porfiante, se le queda a la espera de su llegada con las piernas abiertas, los brazos cruzados y el gesto malencarado, nada llama en él a la calma o el sosiego. Los pasos del hombre se acortan, su andar pierde seguridad, el otro tiene una apariencia descarada, es alto, fuerte y su mirada ahora muestra una frialdad insolente.
¿No andas lejos de tu mundo, abuelo?, le suelta el joven cuando se encuentra ya a una corta distancia, su tono es sarcástico e hiriente.
El hombre se queda parado, es incapaz de proseguir, siente como un nudo se le hace en el estómago, teme los acontecimientos que se deriven de la situación.
El joven da entonces un paso hacía delante y él instintivamente retrocede otro a su vez.
Dame el monedero, le dice el joven sin reparos mientras extiende la mano señalando el pequeño bolso de mano donde el otro lleva lo más preciso.
Instintivamente el hombre lleva la mano hacia atrás cubriéndolo a la espalda, mientras balbucea
- No llevo prácticamente nada de dinero, no pensaba…, comienza a disculparse, el joven muestra entonces una sonrisa cínica mientras le espeta,
- Tu nada a lo mejor es mucho para mí, ¿no crees? y añade de nuevo enérgico - Vamos, dame el monedero.
La situación es manifiestamente desigual, el hombre sabe de la dificultad, no puede pedir ayuda, es incapaz de escapar y mucho menos de enfrentarse al joven. La impotencia le invade, quiere razonar con sensatez, debe asumir los hechos, en última instancia reacciona,
- ¿Qué pensarías si le hicieran esto a tu padre… o a tu abuelo?, le dice mostrando dignidad.
- A mi padre le mascaría la nuez de encontrármelo enfrente y a mi abuelo no lo he conocido, ya ves.
La sensación de desasosiego se le agudiza, daría por bien perdido el dinero y cuanto lleva pero teme que la cosa vaya a más. Sin reflexionar le dice,
- Yo quiero y respeto a mis hijos, me dolería que actuaran así, el tono es convencido.
- Tus hijos no lo necesitan… ¿qué me cuentas?, le responde el joven mostrando irritación.
El hombre sabe que no debe ensalzarse en una discusión inútil que sólo puede presagiar algo peor, pero no puede evitar añadir,
- Mi hijo mayor padece una gran invalidez, él si necesita mucho más que tú, nos requiere a todos nosotros.
El joven reacciona entonces como si le hubieran propinado un golpe bajo, se le cambia el gesto, da un paso atrás, le mira todavía desafiante pero introduce la mano antes inquisidora en el bolsillo, se gira y vuelve a la maleza.
Un respiro profundo se le escapa al hombre, da media vuelta y correría si pudiera, se permite sólo acelerar el paso.
A los cincuenta metros recorridos oye un correr tras de él, gira la cabeza y observa como el joven se le acerca de nuevo rápidamente, cuando llega a su lado el gesto de su rostro le tranquiliza, éste sonríe en calma, inesperadamente le pone el brazo por el hombro y se acomoda a su paso.
- Te debo una explicación, abuelo, comienza a decirle el joven con un tono de voz que en nada se parece al de antes. Luego prosigue,
- En realidad soy una persona afortunada que nada necesita, puede que algo de emoción o de intriga que de alguna forma me incentiven, quizás por eso he jugado a intimidarte.
El hombre siente el peso en sus hombres del fuerte mocetón pero sus palabras le pesan aún más,
- ¿Mentiste en lo de tu padre y abuelo?, le pregunta con un tono de duda razonable.
- Por supuesto, son dos fenómenos a los que adoro, le responde sin muestra alguna de arrepentimiento.
El hombre se va envalentonando interiormente, le duele la insolencia del joven, le siente demasiado pagado de si mismo, le recuerda entonces en voz alta sus palabras – Le mascaría la nuez, y añade a continuación – Que expresión, no?.
- Ja, ja, ríe el joven satisfecho su propia ocurrencia. Después, le aclara,
- Es una expresión antigua que le oí a un viejo estibador portuario vecino de casa.
Después de un rato de caminar, casi sin apercibirse se encuentran en la zona de urbanizaciones, las lujosas mansiones toman carácter tras los altos setos, están aún en zona de extrarradio pero las calzadas bien pavimentadas les acercan a la realidad circundante, un vehículo de la Policía local aparece tras una rotonda en ronda rutinaria, el hombre les llama de inmediato y el vehículo se posiciona a su altura,
- Agentes, este joven me lleva intimidado con la intención de robarme, su voz denota nerviosismo, inseguridad e incluso miedo.
Los dos policías reaccionan de forma inmediata, adelantan el vehículo poniéndose delante para evitar la huida del joven y salen con decisión para inmovilizarle sin que éste forcejee o ponga resistencia alguna, en un examen rutinario le descubren un largo machete de monte sujeto en el costado, siguiendo el protocolo anuncian con detalle las circunstancias a la central y la respuesta no se hace esperar, deben llevarle esposado, también debe acompañarles el anciano para formular la denuncia.
Montados en el vehículo el joven mira al hombre con inquietud, no puede permitir que se investigue, debe hacer que el abuelo se retracte, que no prosiga en esta absurda idea de castigarle, ya que éste no es consciente que detrás de su aparente broma existía un claro riesgo de su vida. Quiere hacer un aparte con él para llevarle al convencimiento de que no merece tanto castigo por su broma, pero los policías no se lo permiten.
Durante un par de horas tienen que esperar a que llegue un mando responsable que se haga cargo de formular las diligencias oficiales, en este tiempo el joven en el sombrío calabozo piensa en cada una de sus víctimas, a éste le salvo la invalidez de su hijo, el recuerdo de su madre en la silla de ruedas impidió que prosiguiera su juego macabro.
El hombre mayor ya sosegado, cuando llega el momento considera que el tiempo transcurrido en el calabozo ya es suficiente castigo para el otro y decide no poner la denuncia, se le informa que sin ésta no habrá actuación policial. Solicita tan sólo marcharse antes de que éste salga para no volverlo a ver.
Antes de traspasar el umbral de la puerta se vuelve y le dice al policía, – Por favor, dígale al joven que no tengo hijos. Al salir le acompaña una amplia sonrisa, el policía le sigue con la mirada y un gesto de incomprensión en su rostro.
Nota del autor.- Cristóbal Fuentes, el viejo del relato, ha salvado la vida gracias a su engaño pero no es consciente de que Luís Santamaría, el joven, ha comprendido que perdonándole se ha puesto en grave riesgo, lo que representa que en el futuro será mucho más prudente y desconfiado. Con su inteligencia y desequilibrio mental esto contribuirá a que sea más peligroso y difícil de apresar.
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