Relato: Jessica
Número: 04
Episodio: Devenir diario
Género: Novela negra
Está al final del gimnasio, entre máquinas, tiene aspecto resoluto y concentrado, ejercita en press de banca con mancuernas, tiene precisión, nadie le importuna, es la única chica, entre ellos le apodan “la mala”. No suda, alguien contó que una vez sí, al terminar le dijo al encargado - Me voy a duchar, que no entre nadie, las dos duchas quedaron a su disposición hasta que salió un rato después, nadie osó violar su espacio. Hoy lleva calzona corta, debajo una prenda ceñida que le llega hasta la rodilla, la camiseta de sisa y escote generoso se ajustan haciendo patente su potencial femenino. Usa guantes cortos y toalla grande. Colgado en un gancho próximo está su mono enterizo gris con cintura elástica y cremallera de arriba abajo y su mochila alargada. Aislada, con un resoplar rítmico, sigue su tabla de ejercicios, resaltan sus hombros redondos y su gesto serio, rígido, de pocos amigos. El encargado la conoce bien, es una socia especial, no paga como todos, cuando se acuerda le suelta un billete de diez o de veinte euros… así por las buenas, hace tiempo que perdió el control de su cuenta, para qué, no se atrevería a reclamarle nada. Cuando ella termina se va sin más (en ocasiones a lo sumo levanta una mano a modo de despedida). Sale con la mochila en un hombro, recorre a la carrera la distancia que le separa de su bloque de viviendas que está a unos quinientos metros, al llegar abre el portal con determinación, sube las escaleras obviando el ascensor, llega a la segunda planta y se adentra en su pequeño estudio, coge del frigorífico varias viandas, se prepara también un componente proteico con leche y cacao, se sienta en la cama con un cojín detrás y mientras lo engulle todo, maquina, que hará después.
Al rato, antes de salir, ya es otra, lleva el pelo suelto, un suéter de cuello alto, un chaquetón ajustado con cinturón, pantalón ceñido y zapatos de tacón alto, tiene una guapura agresiva y directa. Antes de marcharse pone una alarma especial (no suena pero si salta enciende una pequeña luz en la entrada por fuera, le advertirá si alguien entró en su ausencia), después desplaza el espejo del recibidor tira de la clavija y suena un click a la vez que se eleva el adorno de metal que sujeta el felpudo, lo presiona y éste se abre hacia arriba dejando al descubierto una caja en la que guarda de todo, billetes usados de cincuenta euros que colocados perfectamente ocupan el fondo (por un espacio se advierte un grosor de no menos de veinte), encima un revolver, varias navajas automáticas, de las que coge una, a la vez que un fajo de billetes, también hay un rolex de caballero de acero y oro, anillos, un estuche, varias bolas de acero y billetes de dólar de diferente valor. Cierra, sujeta el adorno, pone el espejo y sale.
Tiene el paso vivo y elástico a pesar de los tacones, cuando llega al centro cambia el ritmo, ahora su andar es cadencioso, provocador, marca más dominio que seducción, advierte como los hombres la miran, no pierde ningún dato importante, controla. Una mujer rica baja de un coche de lujo cuyo chofer le abre la puerta e inclina la cabeza con deferencia. La sigue hasta una boutique cercana, desde fuera advierte cuanto hace en el interior, hace su propia lectura, ahora no es la asesina sin piedad, enfrente sólo ve mercancía, sabe donde colocarse para no ser vista por las cámaras internas del establecimiento. Cada gesto suyo y de la empleada, cada prenda, todos son datos que incorpora, incluso la seguridad en si misma delata a la víctima. No ha perdido de vista al chofer, quien busca un aparcamiento cercano e inmediatamente se persona allí, al igual que ella se mantiene fuera pero expectante, tiene complexión fuerte, deduce que además de chofer es guardaespaldas. Es hora de valorar, suma puntos suficientes a su favor, es perfecta. Sale de la escena visual, hace una llamada por un móvil, su gesto se endurece cuando habla, después se suaviza, al final hace un chasquido de complacencia con los dedos. Se posiciona en la distancia y mientras espera se distrae insinuándose a un caballero de mediana edad, éste pronto se muestra interesado, le da pie para que se decida, pero a la vez que éste se acerca comprueba que el chofer siguiendo instrucciones de la señora se vuelve para recoger el coche, entonces le da la espalda al conquistador y se marcha, unos pasos más adelante se vuelve y le sorprende mirándola con el rostro enfadado, le sonríe a la vez que le hace un gesto grosero con el dedo. Para ella ya no existe, toda su atención se centra en el chofer pero sin dejar de mirar a un lado y a otro de forma inquisidora. Una moto se acerca a ella acelerando, frena justo a su lado, quien conduce se quita el casco y se lo entrega mientras se baja, es un joven delgado y con melena corta. No se dicen palabra, ella se coloca el casco, se sube y arranca de inmediato, se posiciona a un lado de la salida del aparcamiento y cuando ve salir el coche le sigue a una distancia prudencial. No se percata de que el caballero de mediana edad al que ha desairado y ofendido no le ha perdido de vista, ahora está a una corta distancia, ella está tranquilamente esperando a que la señora entre en el coche, el caballero se le acerca por el lado y la sujeta por el brazo, la sorpresa inicial da paso a una contrariedad que no disimula, sin pensárselo, con el mismo brazo que el otro sujeta le propina un codazo en plena boca del estómago (imitando al marroquí) pero no se contenta y coge uno de los dos zapatos con tacón que ha colocado delante y le golpea además en la cara con ímpetu. El coche arranca y ella le sigue detrás mientras el agredido cae de rodillas en el suelo.
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